El Dr Pomeroy hizo pasar a la paciente. Una bella joven se presentaba. El consultorio reluciente, estaba adornados de los más pintorescos adornos llenos de colores. No parecía el consultorio de un doctor, si no de un clown. La bella joven algo nerviosa se sentó al frente del Dr Pomeroy, que con su habitual uniforme blanco le hizo unas preguntas a la que la bella joven respondió. Empezaba a llover y las preguntas seguían. Cesó la lluvia y seguía la entrevista. Parecía que las horas pasaban con suma calma. El Doctor parecía no inquietarse por nada, y la joven dama se notaba más tranquila y despejada. En su semblante ya no se notaba nervios ni miedos. Y de lo que estaba sentada en la silla se pasó a echarse en el Divan.
El Dr, al parecer, le dio la suficiente confianza y tranquilidad para que ella se echara en ese cómodo mueble que invita al sueño más extenso y a la calma más sosegada. En su cuaderno apuntaba todo lo que decía la hermosa joven, que con su vestido rojo, enrojecía el consultorio. El ventilador daba vueltas con más fuerzas, el techo sostenía el peso de ese gigantesco aparato que apaciguaba el calor más furibundo y violento. La joven dormía o estaba adormitada, los brazos cruzados parecía que daban la señal de proteger sus senos. .El Dr. dejó el lapicero y el cuaderno en la mesa y se dirigió al baño.
No tardó mucho tiempo para salir sin ropa, totalmente desnudo. El sonar de la puerta del baño hizo despertar a la mujer pero ella seguía echada con los ojos cerrados. Tal vez estaba pensativa, tal vez no pensaba en nada. No sé. Y lo que yo no dejo de pensar hasta ahora y lo que no sé realmente, es en lo que le habrá dicho el doctor en todo el transcurso de la entrevista, ¿qué diablo le dijo? pero la joven se levantó de pronto del diván, se quitó la blusa, el sostén, la falda y el calzón, no demoró ni 10 segundos para quitarse toda la ropa y quedar con el ombligo, los senos y el poto a la vista. Pero el Dr. no parecía excitado, seguía tan tranquilo como si viera a un chimpancé, pero no estaba viendo un feo chimpancés ni a un horrible mono poto rojo, estaba viendo a una hermosa mujer con su hermoso poto blanco frente a él. Y este, lo primero que hizo, al ver semejante monumento de mujer, es dirigirse hacia ella, tocarle la mano izquierda y llevarla de la mano cual niñita linda de primaria hacia la ventana al que abrió las persianas, y, con los senos al aire, saludar y darle un beso volado a su novio que estaba abajo, sentado, en el banquillo de la plaza. Sorprendido, el novio quedose quieto, al igual que los motocarros que antes transitaban de un lado a otro, y, que al ver a la mujer con el torso desnudo, frenaron para contemplarla. El tiempo también pareció frenar para admirar a la mujer desnuda, pero eso ya es caer en suposiciones y en inútiles figuras literarias.
Lo cierto es que la mujer con total desparpajo mostró el torso desnudo al público hambriento. No era necesario quitarse toda la ropa, la falda, el calzón, no había la necesidad. Pero el poder de persuasión fue tan fuerte de parte del buen Doctor Pomeroy para que la mujer no tenga vergüenza, que se quitó completita como ya acabamos de leer. A veces quisiera ser psicólogo o sexólogo para poder desnudar a una mujer y poder ganar dinero, y si eso implica ayudarla, pues mucho mejor. ¿Qué diablos hago estudiando Comunicación? Continuando con la historia y prometiendo no diversificarla en otros temas que no tienen nada que ver con el relato, el show seguía para el público masculino. Querían ver más, pero lamentablemente para ellos el edificio se los impidió: “Queremos ver más” gritaban. Aunque en vez de gritar, aullaban como lobos salvajes y necesitados de carne. La mujer, al escuchar el clamor del “público” varonil, se paró sobre la ventana, e hizo un show digno de Streptess. El novio, celoso, no entendía que tipo de terapia estaba realizando su novia, que en un arrebato de ira se dirigió presuroso al consultorio del polémico Dr Pomeroy para exigirle explicaciones, o, en el peor de los casos, si no cree en el diálogo, darle una paliza de madre y señor mío. No puedo adivinar cómo va a ser el accionar del novio, pero de que está muy amargo, lo está. Por consiguiente, el novio subió corriendo las escaleras, con la sangre que se le hervía en la cabeza. Tenía que llegar lo antes posible hasta el sétimo piso e impedir que su novia siga más tiempo desnuda con ese pervertido, hijo de puta y desgraciado doctor mal parido. ¡No había ascensores en ese maldito edificio! Y las energías se le agotaban al novio, que empezó a sentir mareos, se tambaleó en el séptimo piso y sintió caer todo su humano peso de 90 Kilos que se vino abajo. Tal pelota de playa rodó por las escaleras mientras gritaba de dolor. Ensangrentado, botaba sangre por la boca, por las orejas, como si hubiera recibido un maleficio.
Cayó pesadamente al sexto piso. Milagrosamente, aún vivía. Su cuerpo demolido y golpeado, daba la sensación de que iba a morir en segundos. Le brotaba sangre por los poros en vez de sudor. Y yo, sin ser médico, eso ya era por demás grave y podría decir mortal. Pero el obeso novio que más o menos le calculo con sus cuarenta, en el charco de sangre en la que se bañaba, y con mucha queja y dificultad, empezó a arrastrarse cual gusano que empieza a huir de su depredador, con la diferencia que este obeso gusano no huía, sino todo lo contrario, se dirigía al feudo que le ocasionó su caída, al victimario, el consultorio del Doctor Pomerey. Tenía que pasar esa escalera, cuanto odiaba esa escalera y esa distancia que parecía eterna y por demás lejana y distanciada. El pobre cuerpo ensangrentado seguía arrastrándose, subiendo lentamente, quejándose, rugiendo de dolor, pero creo más bien para darse arengas él mismo y diciéndose que le iba a sacar la pura vida a ese hijo de puta vestido de Doctor. Sacó fuerzas de donde no había, y en un intento sobre humano, logró llegar hasta ese séptimo piso donde habita el desgraciado, subió la vista para ubicar el consultorio. No había ni un sólo puerta. Toda la pared eran ventanas. No entendía lo que pasaba, todo el esfuerzo se fue a la mierda, al igual que cuerpo hecho mierda. Sintió la impotencia, sintió enloquecer, le ganaba la sensación de confusión. Atolondrado, asustado, aturdido, su semblante pasó a una serie de gritos desaforados. Y viendo que no había ni una puerta, quiso pararse, apoyándose en la pared, logro sujetarse, vio hacia la ventana y al mirar abajo vio a su novia muerta, desnuda y tirada en el piso, y al igual que ella, se quitó la ropa, y con la desnudez de su ensangrentado cuerpo, se subió a la ventana y se lanzó al pavimento.